viernes, 23 de julio de 2010

ensayo sobre la lucidez

Acabo de leer "Ensayo sobre la lucidez" de José Saramago y no puedo menos que recomendarlo, no sólo porque es una delicia leerlo, sino porque el argumento del libro es toda una lección de como son realmente nuestros regímenes políticos. No voy a ser tan osado como para ponerme a analizar literariamente la obra de un insigne premio Nobel, sí señalar que su lectura es de lo más agradable y amena , y que sólo por eso me encuentro en el deber de recomendarlo.
Pero lo que me parece más interesante y me ha llevado a escribir estas lineas es la hipótesis que se desarrolla: ¿qué pasaría si en unas elecciones el número de votos en blanco superara el 80% de los sufragios?
Para todos los que estamos hartos de este sistema de partitocracia en el que la voluntad popular se secuestra y se tergiversa siempre en beneficio de intereses económicos y de poder de una clase dirigente cada vez mas distante de los problemas reales de la gente, es una lectura muy instructiva y de una clarividencia que da un poco de miedo. Aunque también aporta una gran idea que es el poder que realmente podrían llegar a tener los votos.
Os dejo un párrafo para ver si os engancha y lo leéis.

"Si la afluencia a las urnas, masiva como en las elecciones anteriores, ya mostraba, sin margen para ninguna duda, que el porcentaje de abstenciones seria reducidísimo, o incluso prácticamente nulo, lo que más confundía a las instancias oficiales, lo que estaba a punto de hacerles perder la cabeza, era el hecho de que los electores, salvo escasas excepciones, respondieran con un silencio impenetrable a las preguntas de los encargados de los sondeos sobre el sentido de su voto, Es sólo a efectos estadísticos, no tiene que identificarse, no tiene que decir cómo se llama, insistían, pero ni por esas conseguían convencer a los desconfiados votantes. Ocho días antes los periodistas consiguieron que les respondieran, es cierto que con tono ora impaciente, ora irónico, ora desdeñoso, respuestas que en realidad eran más un modo de callar que otra cosa, pero al menos se intercambiaban algunas palabras, un lado preguntaba, otro hacia como que, nada parecido a este espeso muro de silencio, como un misterio de todos que todos hubieran jurado defender. A mucha gente ha de parecerle singular, asombrosa, por no decir imposible de suceder, esta coincidencia de procedimiento entre tantos y tantos millares de personas que no se conocen, que no piensan de la misma manera, que pertenecen a clases o estratos sociales diferentes, que, en suma, estando políticamente colocadas en la derecha, en el centro o en la izquierda, cuando no en ninguna parte, decidieran, cada una por si misma, mantener la boca cerrada hasta el recuento de los votos, dejando para más tarde la revelación del secreto. Esto fue lo que, con mucha esperanza de acertar, quiso anticiparle el ministro del interior al primer ministro, esto fue lo que el primer ministro se apresuró a transmitirle al jefe de estado, el cual, con mas edad, con más experiencia y más encallecido, con más mundo visto y vivido, se limitó a responder en tono de sorna, Si no están dispuestos a hablar ahora, deme una buena razón para que quieran hablar después. El cubo de agua fría del supremo magistrado de la nación no hizo que el primer ministro y el ministro del interior perdieran el ánimo, no los lanzó a las garras de la desesperación porque, verdaderamente, no tenían nada a que agarrarse, aunque por poco tiempo. No quiso el ministro del interior informar de que, por temor a posibles irregularidades en el acto electoral, previsión que los propios hechos, entre tanto, ya se encargaron de desmentir, habla mandado hacer guardia en todos los colegios electorales de la ciudad a dos agentes de paisano de corporaciones diferentes, ambos acreditados para inspeccionar las operaciones de escrutinio, pero también encargados, cada uno de ellos, de mantener vigilado al colega, por si se diera el caso de que se escondiera ahí alguna complicidad honradamente militante, o simplemente negociada en la lonja de las pequeñas traiciones. De esta manera, entre espías y vigilantes, entre magnetofones y cámaras de vídeo, todo parecía seguro y bien seguro, a cubierto de cualquier interferencia maligna que desvirtuase la pureza del acto electoral, y ahora, acabado el juego, no quedaba nada más que cruzar los brazos y esperar la sentencia final de las urnas. Cuando en el colegio electoral número catorce, a cuyo funcionamiento tuvimos la enorme satisfacción de consagrar, en homenaje a esos dedicados ciudadanos, un capítulo completo, sin omitir ciertos problemas íntimos de la vida de alguno de ellos, cuando en todos los colegios restantes, desde el número uno al número trece y desde el número quince al número cuarenta y cuatro, los respectivos presidentes volcaban los votos en las largas tablas que servían de mesas, un rumor impetuoso de avalancha atravesó la ciudad. Era el preludio del terremoto político que no tardaría en producirse. En las casas, en los cafés, en las tabernas y en los bares, en todos los lugares públicos y privados donde hubiese un televisor o una radio, los habitantes de la capital esperaban, más tranquilos unos que otros, el resultado final del escrutinio. Nadie compartía confidencias con su vecino acerca de su voto, los amigos más cercanos guardaban silencio, las personas más locuaces parecían haberse olvidado de las palabras. A las diez de la noche, finalmente, apareció en televisión el primer ministro. Venia con el rostro demudado, con ojeras profundas, efecto de una semana entera de noches mal dormidas, pálido a pesar del maquillaje tipo buena salud. Traía un papel en la mano, pero casi no lo leyó, apenas le lanzó alguna que otra mirada para no perder el hilo del discurso, Queridos conciudadanos, dijo, el resultado de las elecciones que hoy se han realizado en la capital es el siguiente, partido de la derecha, ocho por ciento, partido del medio, ocho por ciento, partido de la izquierda, uno por ciento, abstenciones, cero, votos nulos, cero, votos en blanco, ochenta y tres por ciento."